El convoy militar consiguió atravesar sin dificultad el paso a nivel, antes de la llegada del tren correo, excepción hecha de la última unidad, que tras detenerse en Cieza, circulaba a toda la velocidad posible hacia este punto fatídico.
Primeramente atravesó la vía por un cruce elevado (puente), para poco después hacer lo contrario dirigiéndose al paso a nivel en su camino hacia el fondo de la rambla, la que debía atravesar, pues el tren la sorteaba por medio de un puente de hierro.
Cuando llegó el vehículo retrasado, Juan Antonio Téllez había colocado la primera cadena, la situada a poniente, y se disponía a echar la segunda. En su alocada carrera, el conductor del camión, cuando pudo frenar percatado de la luz roja que en su mano portaba el ferroviario, lo hizo sobre las propias vías, ante la sorpresa del guardabarreras y los gritos de éste.
El militar insistió en su pretensión, y ante la negativa del encargado del paso a nivel le amenazó con una pistola a que le abriese paso o lo mataba. En el acaloramiento de la discusión, y con el ruido del motor del camión, la locomotora avanzó inexorablemente tomando velocidad, pues hacía poco que había salido de la estación, hasta empotrarse con el obstáculo que se interpuso en su camino.Cuando llegó el vehículo retrasado, Juan Antonio Téllez había colocado la primera cadena, la situada a poniente, y se disponía a echar la segunda. En su alocada carrera, el conductor del camión, cuando pudo frenar percatado de la luz roja que en su mano portaba el ferroviario, lo hizo sobre las propias vías, ante la sorpresa del guardabarreras y los gritos de éste.
Si el choque de por sí no fuese suficiente, la peligrosa carga transportada por el camión, consistente en explosivos, municiones y bombas de aviación, multiplicó la violencia de manera extraordinaria, hasta el punto de que el vehículo militar voló por los aires, incluyendo en la voladura la casilla del guardabarreras, la escuela próxima y otros edificios.
La onda explosiva alcanzó considerable distancia, ocasionando la ruptura de cristales en algunas ventanas de zonas bastantes alejadas. En el silencio de aquellas horas, el sonido de la detonación llegó hasta las localidades próximas, y en la propia Cieza todo el mundo supuso que la aviación de los nacionales estaba bombardeando el pueblo.
La oscuridad de la noche acrecentó la angustia de los heridos y demás supervivientes, y cuando pudieron reaccionar, entre gritos, llantos y lamentos, se pudo percibir que la locomotora había quedado volcada fuera de las vías, algunos de los vagones totalmente destrozados por la metralla, y el resto de las unidades con diversos daños Aquello ofrecía un panorama dantesco y estremecedor, según relataron algunas personas que acudieron a prestar ayuda en los primeros momentos, como en el caso tan doloroso y conmovedor, de escuchar al pobre maquinista, atrapado entre los hierros de la máquina, que pedía socorro entre alaridos de sufrimiento, porque sobre su cuerpo caía agua hirviendo procedente de una tubería de la locomotora.
Si el malogrado camión, sus ocupantes y el guardabarreras, desaparecieron como por encanto, algo parecido ocurrió con la casilla donde dormía la familia del ferroviario, la cual quedó seccionada totalmente, y sólo se salvaron María Martínez, la mujer, y María y Carmen, las dos hijas, aunque con Carmen Téllez Martínez, heridas de consideración.
En auxilio de los supervivientes se movilizó un gran despliegue desde los primeros momentos. Ocupaba por entonces la Alcaldía-Presidencia del Consejo Municipal de Cieza, Antonio García Ros, quien dio parte, inmediatamente que tuvo conocimiento del suceso, a Vicente Sarmiento Ruiz, Gobernador Civil de Murcia por el Frente Popular.
Desde otros lugares se personaron de manera espontánea:
• Los cinco médicos titulares de Calasparra, con un farmacéutico y un practicante,los cuales se unieron a la cura de los heridos.
• El médico de Abarán don Joaquín Martínez Gómez, titular en dicha villa desde 1932, acompañado de los practicantes José Gómez Tornero, conocido como «el Rubio practicante», y Antonio Tenedor Tornero, padre del emérito poeta Humberto Tenedor.
• El Director del Hospital Militar de Fortuna, don Humberto Sanz, con dos ambulancias, camillas, personal médico y auxiliar, que rápidamente procedieron a los auxilios necesarios.
• El Director del Hospital Militar de Archena, don Luis Pastor, con dos ambulancias, camillas, material sanitario y personal médico y auxiliar.En auxilio de los supervivientes se movilizó un gran despliegue desde los primeros momentos. Ocupaba por entonces la Alcaldía-Presidencia del Consejo Municipal de Cieza, Antonio García Ros, quien dio parte, inmediatamente que tuvo conocimiento del suceso, a Vicente Sarmiento Ruiz, Gobernador Civil de Murcia por el Frente Popular.
Desde otros lugares se personaron de manera espontánea:
• Los cinco médicos titulares de Calasparra, con un farmacéutico y un practicante,los cuales se unieron a la cura de los heridos.
• El médico de Abarán don Joaquín Martínez Gómez, titular en dicha villa desde 1932, acompañado de los practicantes José Gómez Tornero, conocido como «el Rubio practicante», y Antonio Tenedor Tornero, padre del emérito poeta Humberto Tenedor.
• El Director del Hospital Militar de Fortuna, don Humberto Sanz, con dos ambulancias, camillas, personal médico y auxiliar, que rápidamente procedieron a los auxilios necesarios.
• Desde Murcia también llegó personal sanitario, que se encargó no solo de prestar auxilios sobre el terreno, sino de evacuar algunos heridos a la capital del Segura, como fue el caso de Carmen, una de las niñas del guardabarreras, trasladada a la clínica del doctor don Ramón Sánchez Parra, pues resultó con diversas heridas graves en la cabeza, metralla en la pierna izquierda y rotura del brazo derecho, en el que aún se aprecia una ostentosa cicatriz.
Con la llegada de las primeras luces del nuevo día, se pudo comprobar la verdadera magnitud de la catástrofe, pues los restos humanos y del camión militar se extendían por un amplio espacio en torno al «punto cero», alcanzando la metralla y restos humanos un radio de muchos metros; a lo que debemos añadir también los daños que sufrieron las casas más cercanas, y algunas más alejadas, en sus ventanas y tejados. Incluso en el casco urbano de Cieza, según relata Gómez Camacho, aquella potente onda expansiva produjo muchas roturas de cristales en ventanas y escaparates, como asimismo que infinidad de botellas y vasos cayeron al suelo desde sus cornisas. También refiere, que dada la cantidad de viajeros –en su mayoría militares–, que ocupaban a tope los compartimentos del tren en aquella calurosa noche de verano, en una de las ventanillas iba un joven guardia de asalto, con la mitad de su cuerpo fuera de vagón, disfrutando del frescor de la noche, y al producirse la potente explosión, a consecuencia de la tan cercana onda expansiva, el distraído guardia salió disparado como un proyectil, cayendo a varios metros sobre los grandes matojos que suelen crecer en los terraplenes de la vía; por lo que de puro milagro salvó su vida, y sólo resultó dolorido y magullado por la descomunal caída.
El primer recuento, efectuado a las seis de la mañana, arrojaba la cifra de cinco personas muertas y 101 heridas. Ningún dato posterior, tanto del propio Ayuntamiento de Cieza, como del Gobierno Civil o de la prensa regional, añadieron información alguna a lo reseñado; pero las víctimas fueron muchas más. Según nuestras investigaciones, en el libro de defunciones del Registro Civil de Cieza hemos localizado hasta catorce fallecidos en el paso a nivel, sin que podamos concretar
la cifra definitiva, dado que algunos fallecerían posteriormente a causa de las heridas, bien en Cieza o en otras localidades a donde fueron evacuados. A lo que debemos añadir, que la filiación de algunas de las víctimas no se pudo conocer en los primeros momentos, ni aún en los días siguientes, pues como muy bien refleja dicho libro de defunciones, aún a mediados de agosto se efectuaba la inscripción dealguno de los fallecidos el citado 15 de julio.